Un punto de encuentro entre la astrología tradicional y la astrología moderna
Primera parte
Por Capulus
El Sí-mismo es un término y noción filosófica y psicológica que refiere a nuestro ser, nuestra esencia o identidad esencial, centro y causa de nuestra conciencia, de la totalidad de nuestra experiencia. El Sí-mismo es concebido como causa de nuestro auto-conocimiento y auto-observación, por esto, es pensado también como un observador cuya naturaleza es ser pura observación: el ojo del alma, su centro: el Sol.
Podemos notar que, siendo una actividad de autoconciencia pura (observador cuya naturaleza es ser pura observación), dicha identidad esencial entonces no es personal sino cósmica (piénsese también en la noción hindú de atman). Si bien en cierto sentido podemos decir que el Sí-mismo es nuestro, en rigor no lo es, sino que, más bien, nosotros pertenecemos a este (del mismo modo que la vida no es realmente nuestra). Nuestro ser nos trasciende a nosotros en cuanto tales. Nuestra conciencia ordinaria, cuyos límites saturninos son la racionalidad discursiva, por su misma naturaleza nos separa del Sí-mismo; no es posible entenderle racionalmente (la parte no puede abarcar el todo, en tanto parte) pero sí podemos captarlo, conocerlo, verlo, viéndonos en sí-mismo: contemplación en la que sujeto y objeto del conocimiento se identifican, de acuerdo con la definición aristotélica clásica de la intuición o nóesis. Tradicionalmente, la finalidad de la astrología, como arte sagrada, es llevarnos a esta forma de conocimiento. Una experiencia directa de conocimiento; no indirecto, como leer libros o por medio de argumentos, discursos o teorías; trasciende a estos, sin embargo, les requiere, los integra, no los excluye; una experiencia de conocimiento de alguna manera continua e íntimamente relacionada con nuestro estado ético, con nuestra condición moral o dependiente de nuestra virtud; relacionada, pues, con el grado de auto-conocimiento y cuidado de sí que nos hemos procurado. La nóesis, asimilada a una iluminación súbita, era concebida como una forma de racionalidad y pensamiento, de conocimiento, superior al de la racionalidad discursiva formal, aquello que única y exclusivamente se entiende por racionalidad y conocimiento en el occidente moderno hasta el día de hoy; por ello, en relación a la nóesis podríamos hablar de una meta-racionalidad.
Para los griegos, noûs, inteligencia o intelecto (que no es lo mismo que razón), es el principio de psique (en un sentido metafísico y epistemológico), que como tal la trasciende; la integra a la vez que la supera. Los astrólogos helenos correspondían a noûs con el Sol. Esta noción clave de la filosofía y espiritualidad antigua fue adaptada como piedra angular por Carl Jung en su modelo psicológico (adaptación íntimamente relacionada con sus notables investigaciones astrológicas; ver su libro Aion. Contribuciones al simbolismo del sí-mismo), asimismo adaptando la noción clásica de auto-realización en su idea de individuación como finalidad del ser humano; aquello a lo que de manera innata tiende. Según ya señalamos, el Sí-mismo no nos remite a la individualidad personal. Se trata del punto donde el “yo” y el mundo coinciden como opuestos, siendo ahí donde se integran. Así pues, la auto-realización, ese proceso solar de llegar a ser lo que soy, la individuación, no es en un sentido personal sino que la personalidad ha de servir a este proceso. Aristóteles, para quien todos los seres humanos de manera innata tienden a la felicidad, define a esta como auto-realización, a la vez explicando que el término que emplea, en griego eudaimonía, que se traduce por tener un buen destino (o un buen daimon), esto significa tener una buena disposición, actitud, carácter, hábito, frente a la vida, frente a lo que nos impele, a lo que nos mueve, los dioses. Buena actitud, cabe añadir, siendo algo muy distinto de cuando coloquialmente hablamos así. Bien, en el sentido ético, no en el sentido emocional, sentimental, que se le da corrientemente al término, tomando en cuenta, además, que dicho proceso de auto-realización es concebido como ineludiblemente político, nos involucra como miembros de una comunidad a la que nos debemos (algo muy distinto, sino es que opuesto, al individualismo personal, egoísta y vanidoso “occidental”). Así pues, carácter es destino y destino es carácter. Es a esa finalidad de la vida, como dinámica que obedece a una causalidad espiritual, a la que ha de servir la astrología, no solamente a nuestras necesidades narcisistas o para hacernos sentirnos bien (no habiendo nada intrínsecamente malo en ello). De modo que la astrología es una herramienta ética (en el sentido tradicional del término), espiritual: filosofía práctica.
En la carta astral el Sí-mismo está simbolizado por el Sol, pero también podemos decir que está simbolizado por el planeta que es el daimon, el regente de toda la genitura o natividad. Pero también, desde otra perspectiva, la carta entera simboliza el Sí-mismo. El Sí-mismo es un misterio tanto antiguo como contemporáneo, misterio que conlleva una búsqueda perenne por parte de los seres humanos y que hace del Sí-mismo un punto de encuentro entre la astrología tradicional y la moderna, según veremos en la segunda parte de este artículo.
Segunda Parte
Mi maestro Robert Zoller (con quien estudié y conviví directamente) solía decir, hacia mediados-finales de los noventas, medio en broma y medio en serio, que él predecía que en las próximas décadas observaríamos una tendencia a la integración entre la astrología tradicional y la astrología moderna, la cual suscribo. Cabe remarcar que, dada su naturaleza metódica y ordenada, la astrología tradicional aporta una estructura a la que se pueden integrar muchas de las intuiciones o contribuciones más importantes de la astrología moderna, en muchos casos moderadas o incluso corregidas por la perspectiva tradicional. Digamos que, como sistema, la astrología tradicional es mucho más “grande”, más compleja, a la vez que mucho más demandante en lo técnico (lo que permite mucho mayor precisión en el análisis), pero no se reduce solamente a la horoscopía, a ser una técnica de interpretación de cartas astrales, siendo inseparable tanto de un aspecto filosófico y contemplativo como de un aspecto remedial y mágico o ritual, es decir, se trata de un paradigma integral. Querer enfundar a la astrología en la camisa de la psicología moderna (o peor ¡de la ciencia!), es no sólo absurdo (por ser imposible), sino, a estas alturas, insostenible; como también lo es, por parte de los “modernistas”, el pensar que la psicología profunda es moderna, que la perspectiva psicológica en la astrología, es nueva, según esto, ausente en la astrología tradicional, luego infantilmente caracterizada como un rígido ejercicio predictivo fatalista.
Me parece que hay que considerar que la astrología moderna es una versión muy simplificada de la astrología tradicional; una versión “light” y deslactosada (muy desordenada a la hora de interpretar, donde todo parece valer lo mismo, o peor, luego parecen más importantes Plutón, Quirón, o el nodo norte lunar, que el Sol o Venus, por ejemplo; preocupa más un quicuncio de Lilith con Palas que una cuadratura Luna-Marte, por decir). Esta consideración implica una cierta pero significativa continuidad entre ambas astrologías, no una maniquea diferencia absoluta o total independencia; continuidad que a su vez implica complementariedad (en términos del paradigma integral referido).
Por otra parte, también encuentro que incluso pocos de los practicantes de la astrología tradicional tienen una apreciación completa -tanto teórica como práctica o vivencial- del paradigma holístico que la misma integra: sus aspectos teológico y metafísico así como remedial y ritual o mistérico, anteriormente referidos (no sólo la horoscopía o técnica de interpretar cartas, decíamos). Además, y como suelo decir a mis estudiantes que luego quieren ser muy puristas (y es que algunos de los practicantes de la astrología tradicional luego son más papistas que el papa), no tenemos una máquina del tiempo para ir a la época del helenismo o a la edad media para hacer astrología, sino que siempre hacemos astrología hoy, dentro de nuestro contexto, no totalmente determinados por éste -o casi-, salvo que seamos concientes de ello, como ocurre con las modas, por ejemplo (como ocurre con la astrología tradicional que se ha puesto ahora muy de moda, por cierto). A lo largo de épocas muy diferentes entre sí en la antigüedad, observamos en la astrología la adaptación de sus principios fundamentales de un modo muy consistente, muy coherente, de una manera tanto rigurosa como flexible: un estado de tensión creativa entre tradición e innovación, donde los descubrimientos y avances científicos son (re)contextualizados en referencia a la tradición, la cual da como un marco de contención cultural, digamos. Algo de lo que justo adolece la astrología moderna precisamente en cuanto tal.
Sin embargo, las cosas han cambiado nuevamente tras el vital impulso de recuperación, de renovación de la también llamada astrología clásica; recuperación, por cierto, en paralelo a la vibrante recuperación de paradigmas filosóficos de la antigüedad en sus aspectos prácticos, como formas de vida y prácticas espirituales que tienen un valor actual y contemporáneo (ver el trabajo del helenista Pierre Hadot). Paradigmas como el de los platónicos tardo-antiguos (Plotino, Porfirio, Jámblico, Proclo, Simplicio), quienes fueran los más importantes filósofos de la astrología; practicantes experimentados, científicos místicos, maestros de referencia para la edad media (musulmana, judía y cristiana) y el renacimiento, quienes nos enseñan que la carta astral es un mapa tanto científico como poético, por lo tanto, se interpreta tanto formal y racionalmente, metódicamente, como intuitivamente. En el modelo psicológico de la filosofía antigua, la intuición refiere a una meta-racionalidad, como una forma de comprensión inmediata, coronación del método; no la alternativa hippy al conocimiento formal, como luego parece que se concibe a la intuición en la astrología moderna. La intuición viene después del dominio del método formal, el cual, de hecho, sirve como el receptáculo de la intuición. Pero entonces es como tocar un instrumento musical, digamos, donde la inspiración viene tras el dominio técnico de las formas, del instrumento y el método, de la tradición. Y en el método (méthodos: camino), me parece que está la clave de potencial integración entre la astrología tradicional y la moderna, de la segunda encauzada por el método estructurado a la vez que flexible de la primera, abarcando tanto un aspecto filosófico y contemplativo como un aspecto práctico remedial y ritual, un camino de sabiduría integral, camino que nos lleva hacia nosotros mismos, al Sí-mismo.
Sobre Capulus
Es profesor e investigador académico (UNAM-UIA), doctor en filosofía antigua. Recientemente concluyó un posdoctorado acerca de la recepción de la teúrgia neoplatónica en la magia renacentista, traduciendo el De sacrificio et magia de Ficino. Tiene más de veinticinco años de experiencia como astrólogo consultor y es un iniciado practicante de diversas tradiciones mistéricas de espiritualidad afro-caribeña como la Regla de Ocha y del Palo Mayombe.
Además de la enseñanza académica (filosofía y letras clásicas; institutos de psicología) y extra académica (astrología, tarot, geomancia, etc.) y su trabajo como consultor, está actualmente involucrado en diversos proyectos de traducción y publicación de textos antiguos de magia y adivinación. Su pseudónimo es Capulus, nombre de una estrella de la constelación de Perseo que representa la mano que empuña la espada (con la cual se corta la cabeza de la superstición y el prejuicio gorgónico que paraliza y espanta).
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